¿Quién podría seguir a un pesimista? ¡Nadie! En realidad, ¿cómo seguir a una persona que se puede tornar paranoica, ponerse a la defensiva, esquivar los riesgos o llegar, incluso, a paralizarse por completo?

Por el contrario, el optimista se atreve a enfrentar lo que sea. A pesar de las dificultades y de tener todo en contra, sigue adelante. El optimista propicia la innovación, porque no teme fallar. Es más, sabe que, en muchas ocasiones, necesariamente tendrá que equivocarse para progresar.

El optimismo es sinónimo de entusiasmo, de perseverancia, de positivismo, de resiliencia. Es una práctica muy preciada del líder, especialmente en tiempos de incertidumbre y cambios radicales como los que vivimos con la pandemia. Se trata de encontrar emociones positivas para movilizarse a sí mismo y movilizar a los colaboradores. Es buscar el lado bueno de las cosas y sacar algún provecho en medio del desastre.

Podemos decir que el optimismo radica en construir historias positivas acerca del futuro. Es un juicio que hacemos sobre las capacidades del líder para satisfacer las preocupaciones de sus seguidores: clientes, proveedores, colaboradores, banqueros, entre otros; por lo tanto, constituye una de sus prácticas más preciadas.

El optimismo no equivale a un entusiasmo ciego y esperanzado sin razonamiento. Se trata, más bien, de confiar en las habilidades propias, de los colaboradores y de los seguidores, de creer en que es posible enfrentar las circunstancias que se nos vayan presentando.

J.A. Barker narra la experiencia de Viktor Frankl, psiquiatra judío autor del clásico El Hombre en busca de sentido. Al llegar al campo de concentración de Auschwitz, Frankl se planteó tres propósitos: en principio, sobrevivir; luego, ayudar en lo que pudiera; en tercer lugar, aprender sobre la psicología del campo de concentración. Difícilmente podamos encontrar circunstancias más adversas. A pesar de eso, Frankl mantuvo siempre una visión positiva del futuro, lo cual le ayudó a cumplir sus tres objetivos.

Otro ejemplo: cuando Winston Churchill decidió aceptar el cargo de Primer Ministro de Inglaterra para enfrentar al ejército alemán y a Adolfo Hitler, pronunció su famoso discurso Sangre, sudor y lágrimas. Sus palabras estaban dirigidas al pueblo del Reino Unido con la intención de convencer a los ciudadanos de luchar contra los nazis. Lo hizo confiando en el poder militar de su país, pero también con la idea de persuadir a los americanos de sumarse a la lucha por la democracia y contra la dictadura de Hitler.

El optimismo de Churchill es lo que hoy denominamos optimismo pragmático: un optimismo inteligente, no de ilusiones y sueños, sino de ideas y posibilidades reales. Confiaba en su capacidad de hacerle comprender al pueblo de que, para lograr la victoria, era necesario pasar por ciertos sacrificios. Finalmente, los americanos entraron a la guerra y la firme estrategia de Churchill derrotó al nazismo.

Según Tali Sharot, experta inglesa en neurociencias, un alto porcentaje de la población es optimista por naturaleza. La especialista considera al optimismo como una condición natural de las personas que, sin embargo, cambia con la edad. Los niños y los jóvenes, sostiene Sharot, son optimistas; pero, con el paso de los años, ese optimismo disminuye para luego volver a aumentar al llegar a la tercera o cuarta edad, en lo que se conoce como la curva U del optimismo.

Si por naturaleza somos optimistas, ¿por qué el líder debe ser cuidadoso y practicar su optimismo? La mala noticia es que el optimismo es neutralizado por el estrés y las tensiones que acarrea el ejercicio del liderazgo. Los cambios y las responsabilidades maltratan el optimismo, de modo que vigilar y ejercer esta actitud es fundamental.

Por su parte, el psicólogo estadounidense Martin Seligman afirma que el optimismo se puede mejorar. ¿Cómo es posible? Interpretando conscientemente los acontecimientos de manera positiva, encontrando algo bueno aún en lo más desfavorable. Cuando esta actitud se practica de manera constante, la persona aumenta su optimismo, puede vivir más feliz y lograr mayor cantidad y mejores objetivos. Conozco varios empresarios que, aun siendo optimistas por naturaleza, siguen apuntalando su optimismo repitiéndose frases estimulantes, tales como “lo mejor está por venir” y otras por el estilo.

Aun así, el optimismo desmedido conlleva ciertos riesgos. El exceso de optimismo conduce a no medir los peligros (todos se pueden contagiar, ¡yo no!), o bien a sobreestimar las capacidades de llevar a cabo exitosamente un proyecto para terminar ofreciendo condiciones que luego no se podrán cumplir (falacia de la planeación).

Cuando realmente crees que tu empresa va a triunfar, te esfuerzas más para lograrlo y tus posibilidades de éxito se potencian.

Además, un excelente punto para tener en cuenta: los optimistas viven más, se curan más rápido y se enferman menos y lo mejor es que el optimismo se puede practicar y se puede aprender aun en las circunstancias más desfavorables.