Hace tiempo, las compañías japonesas personificaban el modelo exitoso de las empresas. Éstas planeaban su visión con un mínimo de veinte años adelante y en el mundo de los negocios de Occidente se pusieron de moda los grandes horizontes y sobre todo pensar en el largo plazo para tomar decisiones.

Conforme fue aumentando la velocidad del cambio, tecnológico entre otros, y la aparición de las crisis financieras y los black swans como el 9/11 y la pandemia, los horizontes de planeación se fueron acortando rápidamente en proporción al cambio de los negocios y de la sociedad.

Recientemente escuché en una sesión de estrategias: “5 años es mucho y 3 años también”. Este es el caso para muchas industrias. Antes las inmobiliarias eran estables hasta que aparecieron WeWork, Airb&b y otras sorpresas. Las energéticas también planeaban a muy largo plazo hasta que aparecieron el fracking y las energías limpias, el movimiento “clean” y los autos eléctricos.

Los ciclos se hacen cada vez más cortos. La manera de planear la innovación tiene modas como «equivócate rápido, aprende rápido» que acorta los ciclos de desarrollo de nuevos productos y empresas. Todo a mayor velocidad. Y si hubiera alguna esperanza de estabilidad aparece la inteligencia artificial y acelera todo otra vez. El futuro se convierte en presente de inmediato.

En los ejercicios de estrategia hay una etapa que consiste en definir el rumbo a dónde queremos llegar y se precisa como guía esta visión. Este ejercicio tiene un horizonte de tiempo. ¿Cuál horizonte escoger? Depende de la industria, de la economía y del mercado y también de las intenciones del equipo líder. Por ejemplo, las familias planean a veinte años o más, tiempo para el cambio de generaciones.

Está bien planear a cinco o diez años porque es al escenario a donde nos vemos llegar, pero también es importante la visión intermedia de plazo corto, seis meses o un año, para acomodarse a las tendencias y los cambios.

Una recomendación de Rumelt, autor del libro The Crux que ya reseñamos aquí, es planear a 18 meses, un tiempo en el que se pueden probar las bondades de una estrategia y da margen suficiente para que “pasen cosas” que afecten la vida de la empresa.

Por otro lado, una práctica útil es mantener actualizado el horizonte de anticipación. Definida la visión a 18 meses ésta se debe actualizar cada seis meses y no esperar a que todo el periodo esté transcurrido para volver a proyectarse en el tiempo.

Lo importante entonces es mantener las proyecciones lo más corto posibles para poder reaccionar ante los cambios y lo más largo posible para mantener el enfoque y el compromiso en el largo plazo.

¿A cuántos meses proyectas tu empresa? Y tú mismo, ¿cuán profundo ves en el futuro?