Definitivamente, las personas hacen la estrategia. No se construye con un programa o software automático, ni con robots de la inteligencia artificial que no llegan todavía a ese nivel (y probablemente tardarán un tiempo). La estrategia se trata de una actividad, un proceso hecho por seres humanos acompañado de sus criterios, ideas, creencias, sentimientos y emociones.

Hay una fuerte influencia de la personalidad de los líderes, fundadores o herederos de una empresa en el diseño de los elementos esenciales como la visión, valores o estrategias y objetivos, integrada además por sus creencias y factores como su inteligencia emocional.

El factor humano de las emociones y la sensibilidad cuentan ante las señales externas: clientes, mercados y economía. Comúnmente los procesos estratégicos se salen del cauce de los datos, de los analytics, y derivan hacia las experiencias, intuiciones y feelings; mientras algunos pretenden ser estratégicos: fríos, desapasionados y calculadores.

Hemos sostenido que la estrategia se juega en el futuro y eso incluye evaluaciones y proyecciones, pero también estimaciones que con frecuencia tienen que ver con el ámbito emocional, con factores como el optimismo, pesimismo y realismo. Estimaciones determinadas por el estado de ánimo y las circunstancias del medio ambiente que influyen sobre las personas.

Hay tratados completos sobre cómo las personas deciden y los patrones que se presentan con sesgos y desviaciones en su vida personal y en las organizaciones. Esos sesgos habrá que considerarlos en los procesos estratégicos, además de las agendas ocultas (las almohadas parlantes) y las emociones.

Mientras los chats GPT siguen aprendiendo, las estrategias seguirán siendo humanas, diseñadas por humanos con todas sus emociones e imperfecciones.

Y tú, ¿cuáles emociones llevas a tus procesos estratégicos y a tus decisiones?  ¿Miedo, ansiedad, ira, tristeza? ¿O algún otro?

Lo importante es identificarlos para hacer el proceso lo más objetivo y realista posible.